Columna de Opinión
Zaira Rosas
Este domingo hubo distintos juegos en marcha, no me refiero a los partidos del mundial, pero sí a un gran número de apasionados que sigue al presidente de México Andrés Manuel López Obrador, su popularidad es innegable, igual que el amplio poder de convocatoria, sin embargo, otro punto que no puede negarse es la presencia de acarreados, personas obligadas por sus empleadores y estas son prácticas antañas que siguen vigentes, sin justificación.
Mas la presencia de acarreados con certeza es menor que la de personas que van con genuina convicción y fanatismo tras el máximo líder de Estado. La marcha de este domingo es una estrategia dentro de un gran juego político, la cual nos deja grandes lecciones, es una muestra de poder, un recordatorio a la oposición que consideró que bastaba una marcha para mostrar la creciente inconformidad de la sociedad.
Pero el juego no está en una marcha, está en las noticias cotidianas donde tristemente la oposición se suma a una provocación constante y sigue sin entender que se requiere de propuestas no de reacciones a un discurso, pues con ello lo único que hace es dar más puntos al interlocutor principal. La política es así, intensa como un partido donde la afición va a defender todo tipo de jugadas. ¿Qué equipo es mejor? El que represente los intereses de los aficionados, el que sepa conectar con la sociedad según sus distintas ideologías.
Hoy el juego lo domina el presidente, ni siquiera es un partido, por lo que los detractores de Morena podrán migrar de equipo y augurio que seguirán perdiendo la jugada, porque en este momento la afición respalda a su líder. Habrá que analizar qué tanto entienden de sus propuestas o si la conexión con este ha crecido meramente desde el ámbito emocional.
La jugada maestra de esta administración ha estado en un discurso que emociona, mueve masas y convence a millones, porque resulta empático, aunque en la aplicación cotidiana sigan presentes múltiples cuestionamientos, corrupción y atropello por principales integrantes del equipo, que rara vez proceden en investigación y a los cuales claramente se les protege. No obstante, las emociones siguen vigentes igual que las carencias.
Mientras la incomodidad de unos exista y haya villanos que puedan tomar la responsabilidad, quien domina la narrativa domina también el resto del juego. En medio de esta disputa constante por el poder gana quien convence a las masas, quien conecta con sus molestias y puede ilusionarle, porque no necesariamente se cumple con resolver problemáticas de raíz.
Esto es lo que aún no entienden el resto de contendientes, su defensiva constante está cansando y fortalece al equipo en turno, la carencia de propuestas claras, faltas de empatía sigue creciendo, el juego no se puede ganar insultando a las mayorías, mucho menos basta con demostrar un desacuerdo de propuesta como si se tratase de un desacuerdo total con el gobierno o proponer como alternativa de cambio la adopción de mexicanos pobres, esto último es una burla a la situación actual del país.
No se puede transformar lo que no se entiende y si alguien ha logrado entender durante tantos años a la sociedad de México ha sido López Obrador. Al igual que en cualquier partido, no siempre ganan los mejores jugadores, en la política gana quien más se prepara, quien aprende a dominar todo tipo de estrategias. Las diferencias van a seguir entre múltiples puntos, pero habrá que analizar quién podrá presentar verdaderamente una propuesta que cambie el dominio de cancha. Hasta el momento nadie parece entender de qué va la contienda.