OPINIÓN

LEA y la sangre mexicana

Revelaciones

Margarito Escudero Luis

Recuerdo perfectamente el día en que Gustavo Díaz Ordaz inauguró los Juegos Olímpicos de 1968, el que les escribe tenía apenas 12 años de edad.

Aquel 12 de octubre, corrí a las dos de la tarde a mi escuela primaria (que se encontraba a media cuadra de la casa), para recibir mi Carta de Buena Conducta. Egresaba del sexto año.

Y digo que fui corriendo, pues no quería perderme la inauguración de aquellos juegos, de los que luego comprendí que estaban manchados por la violencia y el autoritarismo del gobierno.

Era un niño, así que descubrir luego que lo acontecido 10 días antes en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco fue impactante, porque de pronto el ser estudiante era sinónimo de ser delincuente.

Así pasé a la secundaria. Iniciando la década de los 70’s, Luis Echeverría Álvarez se hizo presidente de la República, sucesor de Gustavo Díaz Ordaz, ambos señalados como los ejecutores de la matanza del Dos de Octubre.

Cosas de la política. Echeverría buscó a toda costa congraciarse con los estudiantes, sobre todo con los más jóvenes, secundarianos, preparatorianos y aquellos que iniciaban la universidad.

Recuerdo que en Minatitlán se anunció que el presidente colocaría la primera piedra de lo que sería el Instituto Tecnológico, las autoridades de nuestra escuela se prepararon para quedar bien con el mandatario y con las autoridades locales, nos usaron para hacer bulto y echarle porras a Echeverría. Con dos pequeñas tablas redondas adaptadas a las manos, las golpeábamos entre sí para que los aplausos se escucharan más fuerte.

Eran tiempos del autoritarismo y la represión. Un compañero inventó una porra que decía: “¡Será melón, será sandía, será el pelón de Echeverría!”; todos festejamos la ocurrencia, sucedió entre los ensayos y algún maestro lo escuchó y llevó el chisme a la dirección.

La “indignación” del director fue tremenda. ¿Cómo se atrevía un jovenzuelo a ofender al asesino?, ¡Perdón! ¡Al presidente! Quise decir.

Entonces, aquel compañero fue expulsado por tres días de la secundaria y debía llevar a sus padres cuando regresara. Así el autoritarismo de la época, así la ceguera de aquellos maestros que su único fin era quedar bien con aquellas autoridades.

Finalmente el Instituto Tecnológico se echó a andar y, ¡faltaba más! Los primeros estudiantes le pidieron al presidente Echeverría un autobús para hacer aquellos llamados “viajes de estudios”.

Por supuesto que Echeverría se los dio, eran tiempos de quedar bien con la juventud en un burdo intento por esconder la masacre del 68 que, para la mala suerte de Luis Echeverría, se le repitió el 10 de junio de 1971 con el tristemente recordado “halconazo”.

Luis Echeverría Álvarez falleció hace unos días a los cien años de edad. Después de su administración vivió con el estigma de ser un asesino, perseguidor de guerrilleros y de comunistas con la llamada “guerra sucia”. Un sexenio, como otros tantos, manchado de sangre mexicana.

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