Columna de Opinión
Zaira Rosas
Todo mundo ubica las pinturas de Fernando Botero, sus curvas en cada trazo son inconfundibles, el volumen de cada retrato hizo que durante décadas la gente pensara que a Botero le obsesionaban las personas gordas, pero él mismo aclaró que lo que pintaba era el volumen, mismo que plasmaría también en múltiples esculturas. Su talento le dio fama internacional, el uso de colores y formas inusuales en la época le permitió un reconocimiento único, que marcó gran parte de la historia artística de su país natal: Colombia.
Fernando Botero falleció el 15 de septiembre en Mónaco, a la edad de 91 años, sin embargo, dejó un gran legado en el mundo de las artes y una profunda inspiración en cada una de sus obras. Si bien el artista nació en Medellín, México fue el espacio donde comenzó a desarrollar su sello personal, mientras estudiaba la obra de Diego Rivera y José Clemente Orozco. A lo largo de su vida fue uno de los artistas más prolíficos del siglo XX, no sin antes enfrentar todo tipo de críticas y cambios sociales que de alguna forma plasmó a través de su arte.
En cada obra de Botero hay orgullo latinoamericano, pues en la época todo el arte posicionado en el mundo provenía de Europa y aunque gran parte de su formación la llevó en ese continente, su inspiración fue una mezcla de la admiración por muralistas mexicanos, el estudio minucioso de formas que realizaban los artistas del renacimiento y la necesidad de plasmar escenas típicas de Latinoamérica, que posicionaran la cultura en otros puntos del globo terráqueo.
Los artistas tienen la oportunidad de dejar un legado histórico a través de sus creaciones, mismos que pueden prevalecer durante generaciones enteras y esto lo hizo a la perfección Botero, quien a través del uso de sus colores dejó en claro momentos clave en la historia de Colombia, como el constante desangramiento que causó al país el narcotráfico. Retrató escenas típicas de la cultura mediante bailes e incluso en algunas pinturas hace referencia a Pablo Escobar.
Hubo momentos personales que también marcaron su vida, como la muerte de su hijo Pedrito, al cual le dedicó múltiples obras que se pueden observar en una sala lúdica en el museo de Medellín, espacio al que donó esculturas y pinturas con la intención de que a través del arte se transformara el entorno del lugar. De igual forma hizo obras retratando la paz, principalmente cuando Colombia llegó a un acuerdo para el cese de las armas.
Botero sabía que el arte es terapia, por ello a través de sus obras fue haciendo memorias a sus seres queridos, también el arte fue una manera de entender la historia de otros artistas y así fue como llegó a un accidente que terminó definiendo su particular estilo: pintar un instrumento como la mandolina en proporciones inusuales que le permitieron jugar con el volumen y así descubrir “la sensualidad de la forma” como él llamaba a su peculiar forma de crear.
Fernando Botero a través de su obra hizo sátiras políticas, retrató a personajes emblemáticos como Manuel Murulanda, quien fuera comandante de las FARC. En 2016 entregó a Juan Manuel Santos la paloma de la paz, como símbolo de apoyo al proceso de pacificación que tenía lugar en su país, destacando que esto brindaría un futuro de esperanza e ilusión a la población. No obstante, la paloma pasó por recorridos y lugares distintos según los gobiernos en turno e incluso una de las réplicas llegó a ser vandalizada como señal de oposición al gobierno de Gustavo Petro.
Mientras más transcurría el tiempo en la vida de Botero más creaba, pues tenía miedo a la muerte, a dejar de hacer lo que más le gustaba, recordándonos que nuestro tiempo es finito y que estamos en este mundo para dejar una huella, a través de nuestras capacidades, dones y talentos, toda persona tiene la posibilidad de marcar un cambio en el entorno que queremos.
Botero es un gran legado para Colombia, para Latinoamérica y el mundo, pues sus acciones nos recuerdan las ganas de hacer transformaciones positivas como intentó hacerlo en diversos puntos como la plaza de Medellín donde a través del arte quiso devolver la esperanza, la convivencia y la paz a su lugar de origen.