Columna de Opinión
Zaira Rosas
Al pasar por la Glorieta de las mujeres que luchan se me enchina la piel, recién he visto los titulares del feminicidio de Luz Raquel Padilla, las noticias también dan continuidad al caso de Debanhi Escobar, ambos tienen en común la atención mediática, sus nombres quedaron grabados en el colectivo de la gente, pero sus historias no son las únicas. Desgraciadamente en México entre 10 y 11 mujeres son asesinadas día con día, de pocas conocemos su historia.
Hay historias que surgen en el núcleo más cercano, otras donde la violencia sistémica se vuelve parte de la cotidianidad y cuesta detectarla como tal, historias donde las víctimas no pueden o no saben cómo denunciar a sus agresores por la cercanía que tenían con los mismos. Hay historias de violencia donde no se entienden como tal porque las víctimas ni siquiera tienen edad suficiente para hablar o poder explicar lo sucedido.
México se llena de estas historias de terror año con año, es una estadística en aumento donde a la par crece la omisión, la impunidad, un pacto patriarcal absurdo, el machismo y los crímenes de odio perpetuados hacia las mujeres. Los feminicidios, las desapariciones y la violencia sexual, son temas que deberían ser prioritarios en la agenda de todas las autoridades, sin embargo, mientras cada una de las historias no se hagan visibles y como sociedad sigamos sin darle la importancia debida, con esa misma indiferencia seguirán actuando las autoridades.
A cada una de las víctimas les ha fallado el Estado, al no protegerlas integralmente, al no tener programas suficientes de educación, al no dar continuidad a las quejas previamente elaboradas, con los carpetazos a las denuncias o la falta de seguimiento a claras señales de alerta, pero también les hemos fallado como sociedad al voltear la mirada ante evidentes problemas de violencia, hemos fallado como un núcleo de estabilidad que busque la sanidad física y mental de todos los individuos, pero sobre todo estamos fallando repetidamente al no exigir de manera contundente que nuestras autoridades se comporten a la altura de la confianza que les hemos depositado para determinar el rumbo de nuestro entorno.
Los casos de Luz y de Debanhi han tenido el seguimiento que pocas víctimas tienen, debido a la magnitud de sus historias, porque conmocionaron a la audiencia a niveles que trascendieron fronteras, lo cual dificulta dar un carpetazo a los temas sin dañar la opinión pública de los principales dirigentes en cada una de las instituciones involucradas. Aún así siguen sin tener la respuesta o solución esperada. Estos casos también ponen en evidencia la negligencia y omisión. Demuestran que pese a tener elementos suficientes para proceder a la búsqueda de desaparecidos, en el proceso no se actúa con claridad y se da protección a la corrupción incluso al interior de las instituciones.
Estos casos son el reflejo de constantes llamadas de auxilio ignoradas, de la impunidad de nuestro país y el deterioro social, en el que si bien hay esperanza por quienes se suman a la lucha, aún queda una infinita tarea pendiente para encontrar soluciones reales a esta problemática. Cada vez son más las historias que buscan ser públicas y generaciones que buscan apoderarse de espacios públicos para hacerse escuchar. Esas generaciones han marcado una gran diferencia y han hecho posible que estos casos trasciendan gracias a la apropiación de entornos digitales, pero mientras tanto el resto de la sociedad también tenemos tarea por hacer, lecciones que aprender y mucho por exigir a nuestro entorno y las autoridades.
Que el eco de estas historias nos sirva para poner un alto a la política de simulación, en la que el discurso y los colores son representativos de una lucha, pero las acciones siguen quedando bastante cortas. Que esta historia de violencia y dolor deje de ser infinita y por fin demos seguimiento a las propuestas de colectivos que claman por un mundo equitativo para todas y todos, donde cualquier persona se pueda sentir segura.